Pero la democracia actual, incluso las que parecen más compactas y asentadas, utilizan este sobrenombre (demo = pueblo; cracia: poder) a modo de slogan promocional con el único objetivo de hacernos creer que somos nosotros el pilar fundamental sobre el que se sustentan todas las regulaciones de los poderes estatales. Es decir, apelan a los valores del poder soberano como un falso enmarañado que esconde los verdaderos intereses de las altas esferas gubernamentales. Somos, pues, meros peones, falsos actores principales de un mundo donde el único patrón que rige el devenir de las cosas es la Economía. Actuamos, mejor dicho, nos obligan a actuar, como máquinas funcionales de una cadena de producción masiva mercantilizada en pos de las empresas más eficientes y viables, que son, sin duda, los partidos políticos.
Independientemente del ideal político que defiendan, estos grupos parlamentarios desestiman el clamor de las sociedades a las que representan. Es, por ello, que ante estos atentados liberales, el pueblo no tiene más remedio que adoptar medidas de urgencia para revertir la situación dominante. Todas estas actuaciones han propiciado que una marea de ciudadanos se haya concentrado en multitud de emplazamientos para protestar activamente por la búsqueda de un ideal democrático sólido y consistente, en el que prime la figura del ciudadano como un exponente imprescindible a la hora de tomar decisiones trascendentales. La "Spanish Revolution", como empieza a ser conocida internacionalmente, o "El Movimiento del 15-M", recoge en su esencia un espíritu de sublevación pacífica que tiene por objetivo asentar los cimientos de un verdadero sistema democrático que atienda y preserve los Derechos de la ciudadanía.
Me gustaría concluir esta breve reflexión haciendo un paralelismo comparativo entre dos conceptos que parecen confluir en una una misma vertiente significativa, pero que en realidad esconden un trasfondo altamente diferenciador: el oír y el escuchar. Los partidos políticos parecen desestimar y repudiar el diálogo, el consenso, la dialéctica reflexiva, la diplomacia... Es decir, todos aquellos argumentos que impliquen aceptar y atender con detenimiento una postura contrapuesta a la que ellos defienden. ¿Por qué? porque escuchar esas propuestas que ayudarían a soliviantar los problemas iría en contra de su prestigio y de sus intereses. No defienden una causa por el bien de los demás, defienden su propia posición privilegiada para no dejar el timón de un barco que están llevando a la deriva. Oyen cantos de sirena por su larga travesía; cantos que provienen de las voces de los auténticos capitanes de la embarcación, es decir, de la tripulación, que ha decidido amotinarse para poner rumbo fijo hacia un horizonte más esperanzador.
Esto es lo que está ocurriendo a lo largo y ancho de la geografía española (y también en otros puntos del globo). El 15-M se ha convertido en el germen necesario para manifestar el malestar de los ciudadanos contra aquellos que están limitando sus posibilidades y sus perspectivas de futuro. Todo ello, además, llevado a cabo bajo un clima de hermanamiento y cohesión entre personas de distinta índole social, de ideologías diferentes y con puntos de vista contrapuestos. Pero hay un sentimiento común, un sentimiento que les empuja a luchar pacíficamente alzando las voces para ser escuchados de una vez por los gobernantes: la necesidad de un cambio que establezca un sistema democrático real.

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