miércoles, 30 de noviembre de 2011

De cine: Lock & Stock

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Un gran desconocido

Conozco su nombre, pero no sé exactamente qué es. He intentado averiguar sus intenciones y no he hallado respuestas firmes ni concluyentes. Resulta inquietante, confuso. Su presencia inerte y dubitativa deambula permanentemente sobre mis pensamientos como la incógnita de un rompecabezas indescifrable. Me he sentido utilizado y guiado por los hilos de un ente imaginario que ha jugado a ser titiritero. Como si de una partida de ajedrez se tratase, mi papel no ha ido más allá que el ser un mero peón: útil para allanar el camino de las demás piezas, pero abocado a experimentar los primeros sinsabores de la contienda.

Y es que este proceso experimental, amparado, teóricamente, que no en la práctica, en una legislación común a los miembros pertenecientes a la Unión Europea, no ha establecido unas pautas concretas para ser llevadas a cabo. Los cimientos construidos son reconfigurados a medida que pasan los años, siendo únicamente perjudicadas las cobayas de laboratorio que emprendimos con esperanza e ilusión el camino que debía conducirnos hacia un horizonte repleto de oportunidades. Los oscuros nubarrones que se ciernen alrededor de nuestro futuro, no hacen sino incrementar el desconcierto de las piezas que decidimos ponernos en primera línea.

Desconozco si cambiará su postura, su carácter o su idiosincrasia, pero es necesario engrasar el funcionamiento de los engranajes que regulan y configuran la maquinaria a pulir. No podemos explorar una ruta si las huellas que la marcan son borradas a medida que se avanza por el sendero. Es necesario constituir un sistema definido y concreto, que establezca un mismo manantial del que emanen aguas repletas de valores, conocimiento y aprendizaje. Así todos tendremos la oportunidad de avanzar en una misma dirección.

Quizá sea demasiado crítico, pero no puedo evitarlo, es lo que siento. Otros tendrán la oportunidad de navegar por nuevos afluentes que hayan sido abiertos tras la experiencia de los primeros aventureros, y deseo y espero que así sea. Pero las piezas que aguardan la salida de los peones de turno deben aprovechar la eficacia de sus movimientos y no quedarse en la retaguardia; inmóviles, pasivos y expectantes ante un posible contraataque. Olvidemos las turbias nubes que evitan contemplar y afrontar el futuro con ganas e ilusión, porque se avecinan tiempos despejados. Algún día entenderé el funcionamiento de este proyecto, pero como dije en las primeras líneas, al menos conozco su nombre, y ese es Plan Bolonia.

Por un beso

La luz del sol se apagaba en el frío atardecer del otoño. El murmullo del viento resoplaba en el eco del silencio, suspirando entre calles vacías, ausentes, carentes de alma. Allí me encontraba yo, recorriendo los recovecos de pequeños callejones que no conducían a ninguna parte. Buscaba un recuerdo, una extraña sensación que perduraba dentro de mí y que iba marchitándose poco a poco. La llama que lo mantenía vivo se consumía, perecía entre las tinieblas que arrastraban consigo el paso del tiempo y las garras del olvido. Anhelaba mantenerlo, revivirlo y, por encima de todo, volver a sentirlo. Todo era por un beso, su beso.

Confuso y desubicado, vagaba errante por la senda sinuosa de la desesperación. Las huellas del camino se borraban fugazmente bajo la espesa niebla que había invadido mi memoria. No entendía por qué no era capaz de recordar. No entendía por qué esos lazos que creía irrompibles se hundían bajo un mar repleto de dudas. La cadena invisible que había forjado para mantenerme unido a ese recuerdo se rompía en pequeños eslabones, irremediablemente, y no entendía por qué. Y todo era por un beso, su beso.

Con el tiempo entendí que el dolor por su pérdida no era más que el falso reflejo de una esperanza traicionera. Me había aferrado a un sentimiento melancólico y dañino, a una herida abierta que no era capaz de curar. Luché contra la razón, contra una aliada que combatió con valentía desobedeciendo las órdenes de un capitán perdido y sin rumbo. Tardé en darme cuenta; tardé en ser consciente de que lo mejor era olvidar y ceder en el intento. Quizá no podía asumirlo, o no quería, pero la llama que encendía mi anhelo debía ser apagada. Y todo era por un beso, su beso.

Las sombras de esa pálida ilusión cegaron mi mente y mi alma, cerraron mil puertas abiertas y sumieron en el olvido a la persona que realmente guiaba mi camino. Recobré las riendas del timón de aquel barco que había llevado a la deriva y puse rumbo hacia lo desconocido, hacia nuevos cauces y horizontes donde las tormentas fueran ajenas al trayecto marcado. Y así, tras una larga travesía, llegué al puerto de mi destino, al lugar que curó mis heridas y borró definitivamente el dolor de mis entrañas. Por fin encontré sus labios. Y todo fue por un beso, su beso.

viernes, 20 de mayo de 2011

Reflexiones sobre el 15-M

Vivimos en una sociedad democrática protegida bajo el amparo de un Estado de Derecho. Gracias a ello, ostentamos una serie de privilegios que no están al alcance de la mano de muchos otros sectores poblacionales. Echando un vistazo al panorama sociopolítico internacional, podemos apreciar que son muchos los países cuya ciudadanía vive sometida bajo la coacción ejercida por pequeños grupos elitistas que regulan y dirigen las riendas a su antojo. Es una pena que en pleno siglo XXI prime la tiranía de los "pocos" en detrimento de las voces de los "muchos". Esas voces, esos pueblos, merecen ser escuchados, pues son ellos los que verdaderamente determinan el potencial y el avance de cualquier nación. Y es que todos estos países viven sumidos bajo la ausencia de un denominador común: la existencia total o parcial de un sistema democrático sólido.

Pero la democracia actual, incluso las que parecen más compactas y asentadas, utilizan este sobrenombre (demo = pueblo; cracia: poder) a modo de slogan promocional con el único objetivo de hacernos creer que somos nosotros el pilar fundamental sobre el que se sustentan todas las regulaciones de los poderes estatales. Es decir, apelan a los valores del poder soberano como un falso enmarañado que esconde los verdaderos intereses de las altas esferas gubernamentales. Somos, pues, meros peones, falsos actores principales de un mundo donde el único patrón que rige el devenir de las cosas es la Economía. Actuamos, mejor dicho, nos obligan a actuar, como máquinas funcionales de una cadena de producción masiva mercantilizada en pos de las empresas más eficientes y viables, que son, sin duda, los partidos políticos.

Independientemente del ideal político que defiendan, estos grupos parlamentarios desestiman el clamor de las sociedades a las que representan. Es, por ello, que ante estos atentados liberales, el pueblo no tiene más remedio que adoptar medidas de urgencia para revertir la situación dominante. Todas estas actuaciones han propiciado que una marea de ciudadanos se haya concentrado en multitud de emplazamientos para protestar activamente por la búsqueda de un ideal democrático sólido y consistente, en el que prime la figura del ciudadano como un exponente imprescindible a la hora de tomar decisiones trascendentales. La "Spanish Revolution", como empieza a ser conocida internacionalmente, o "El Movimiento del 15-M", recoge en su esencia un espíritu de sublevación pacífica que tiene por objetivo asentar los cimientos de un verdadero sistema democrático que atienda y preserve los Derechos de la ciudadanía.

Me gustaría concluir esta breve reflexión haciendo un paralelismo comparativo entre dos conceptos que parecen confluir en una una misma vertiente significativa, pero que en realidad esconden un trasfondo altamente diferenciador: el oír y el escuchar. Los partidos políticos parecen desestimar y repudiar el diálogo, el consenso, la dialéctica reflexiva, la diplomacia... Es decir, todos aquellos argumentos que impliquen aceptar y atender con detenimiento una postura contrapuesta a la que ellos defienden. ¿Por qué? porque escuchar esas propuestas que ayudarían a soliviantar los problemas iría en contra de su prestigio y de sus intereses. No defienden una causa por el bien de los demás, defienden su propia posición privilegiada para no dejar el timón de un barco que están llevando a la deriva. Oyen cantos de sirena por su larga travesía; cantos que provienen de las voces de los auténticos capitanes de la embarcación, es decir, de la tripulación, que ha decidido amotinarse para poner rumbo fijo hacia un horizonte más esperanzador.

Esto es lo que está ocurriendo a lo largo y ancho de la geografía española (y también en otros puntos del globo). El 15-M se ha convertido en el germen necesario para manifestar el malestar de los ciudadanos contra aquellos que están limitando sus posibilidades y sus perspectivas de futuro. Todo ello, además, llevado a cabo bajo un clima de hermanamiento y cohesión entre personas de distinta índole social, de ideologías diferentes y con puntos de vista contrapuestos. Pero hay un sentimiento común, un sentimiento que les empuja a luchar pacíficamente alzando las voces para ser escuchados de una vez por los gobernantes: la necesidad de un cambio que establezca un sistema democrático real.