miércoles, 30 de noviembre de 2011

Por un beso

La luz del sol se apagaba en el frío atardecer del otoño. El murmullo del viento resoplaba en el eco del silencio, suspirando entre calles vacías, ausentes, carentes de alma. Allí me encontraba yo, recorriendo los recovecos de pequeños callejones que no conducían a ninguna parte. Buscaba un recuerdo, una extraña sensación que perduraba dentro de mí y que iba marchitándose poco a poco. La llama que lo mantenía vivo se consumía, perecía entre las tinieblas que arrastraban consigo el paso del tiempo y las garras del olvido. Anhelaba mantenerlo, revivirlo y, por encima de todo, volver a sentirlo. Todo era por un beso, su beso.

Confuso y desubicado, vagaba errante por la senda sinuosa de la desesperación. Las huellas del camino se borraban fugazmente bajo la espesa niebla que había invadido mi memoria. No entendía por qué no era capaz de recordar. No entendía por qué esos lazos que creía irrompibles se hundían bajo un mar repleto de dudas. La cadena invisible que había forjado para mantenerme unido a ese recuerdo se rompía en pequeños eslabones, irremediablemente, y no entendía por qué. Y todo era por un beso, su beso.

Con el tiempo entendí que el dolor por su pérdida no era más que el falso reflejo de una esperanza traicionera. Me había aferrado a un sentimiento melancólico y dañino, a una herida abierta que no era capaz de curar. Luché contra la razón, contra una aliada que combatió con valentía desobedeciendo las órdenes de un capitán perdido y sin rumbo. Tardé en darme cuenta; tardé en ser consciente de que lo mejor era olvidar y ceder en el intento. Quizá no podía asumirlo, o no quería, pero la llama que encendía mi anhelo debía ser apagada. Y todo era por un beso, su beso.

Las sombras de esa pálida ilusión cegaron mi mente y mi alma, cerraron mil puertas abiertas y sumieron en el olvido a la persona que realmente guiaba mi camino. Recobré las riendas del timón de aquel barco que había llevado a la deriva y puse rumbo hacia lo desconocido, hacia nuevos cauces y horizontes donde las tormentas fueran ajenas al trayecto marcado. Y así, tras una larga travesía, llegué al puerto de mi destino, al lugar que curó mis heridas y borró definitivamente el dolor de mis entrañas. Por fin encontré sus labios. Y todo fue por un beso, su beso.

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